12.

Es
esta sobriedad que calcula la medida exacta de un sentimiento. Latidos anchos, suspiros hondos, una aspereza involuntaria rasgando la suavidad que fue. El regreso del frío zanjando estíos y mudando la piel. Vuelve la noche, la morfología de un beso atrapado en la persistente luna.
Esa luna que no acaba nunca.

Es
esta forma de extrañar, a través de los minutos que duermen entre tiempo y tiempo. Una estructura triste que anega ventanas enrejadas, pequeños códigos de barras encajados en fachadas interminables de nada. Un violín que vierte sus lágrimas sobre los toldos a rayas de las tiendas de souvenirs. El hundimiento del verano en una taberna de pescadores.

Es
esta manera de perder, silenciosamente, la luz, la mirada. Una arruga frunciendo el verso que vive justo entre los ojos. La nota sostenida de una playa blanca atestada de letras desordenadas, extraviadas en su propia incomprensión. El hueco metafísico de una huella permanente.   

Es
esta melancolía que roza el Equinoccio, el desgaste de los últimos días estivales abocados a desaparecer en un largo estallido dorado y ocre; una gran explosión multicolor con olor a lluvia que preceda a la aparición del hielo cuando ya no quede otra cosa más que el transparente desnudo.     

Es
este adiós sin contundencia, condenado al fracaso antes incluso de pronunciarse, aferrado a la terca nostalgia que rellena ausencias como si los vacíos fueran espacios azules donde vivir constantemente lo imposible. Como si los recuerdos quedaran adheridos para siempre a los atrios del alma y no hubiera manera de arrancarlos de allí.

Como un amor que no acabase nunca.


(Notas de verano)



Comentarios


Licencia de Creative Commons
Todos los relatos publicados en el blog "Un pez en el Vaho" se encuentran bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.