NADA
Ahora que soy nada, prefiero llamarte Amor.
Aquí los colores no viven y la música tiene ojos de búho. Podría pensarse que sopla un poco
de viento, pero no, es solo la ilusión que provoca el respirar a destiempo,
como cuando el perfil de las sombras se levanta y no te deja amanecer y parece
que hay una luz iluminando las emociones, pero no, solo hay nada. Una nada
traída de algún país alto y atormentado por el eco de un pasado doloroso que la naturaleza imperante tuvo que eliminar de su memoria para que
no se le desprendieran las azucenas… esto último es tan solo una hipótesis, una
suposición sin fundamento, Amor, pero me gusta contarte historias que desde la
nada suspiran por existir, como, por ejemplo, que mis manos te busquen en la
noche y que mis ojos te miren obstinadamente por encima de los sueños y que mis
labios sean una nada quejumbrosa poblada de deseos agrietados, casi ancestrales
en su discurrir. Con tanto tiempo acumulado, me he convertido en hilo o
catarata interminable, porque el tiempo en la nada se alarga y ni siquiera el
vacío tiene fin.
Aunque
yo, Amor, todo lo que sé del tiempo coincide con la forma octogonal de las
arañas que amontonan horas infinitas y tejen días en las cimas de algún
vendaval perdido. La noche me cuenta que el tiempo es una herida que no sabe
cerrar los ojos, y entonces imagino a la oscuridad sangrando con la mirada abierta
por si acaso cicatrizara luz. Pero aquí, desde tu silencio, he descubierto que
el tiempo puede ser cualquier cosa.
Yo
digo Amor, y todos los mares del mundo
mueven
sus pestañas de lágrimas azules,
y
me recuerdan que, una vez,
fui
anémona en la voz de tus manos,
en
el tiempo del verbo que conjugaste para mí,
en
ese tiempo liso que no supimos manejar,
antes
de que borraras mis huellas de nuestra playa
y
tu indiferencia se me instalara en el estómago.
Después,
los días con un tornado en el centro,
la
decepción, reptando por los pliegues del suelo,
la
desaparición de la luz.
Aquí,
en la nada, solo la belleza es aire. Pinto en un lienzo creado con trozos de luna
la parte que más me gusta de los colores muertos. Ese acabado mate que la eternidad
les otorga y que desde mi imaginación brota como escenas articuladas…
claveles
rojos, azul índigo, el amarillo espigado que envuelve tu cuerpo y el mío, que
los hace uno, mientras tus ojos se acercan al fondo de mi limbo en llamas y mi
fuego nada por tu sangre y el mar se nos hunde porque ha decidido mecerse
debajo del alma, donde las olas suenan a adagio, donde la sal sabe a miel.
Yo
digo Amor, y todas las arañas del mundo tapizan minutos lentos, bordan segundos
acendrados, remiendan en lo devastado los escombros de sus rincones. Y me
pregunto cómo, desde la nada, pueden escocer tanto las palabras, lo que aún queda por explicar, cuánto llega a doler la boca de un piano si el
mordisco de sus teclas es tan solo un pellizco de ruido en medio de un abismo
de carencias.
Cuánto te quiero, Amor, desde mi nada.
(Fotografía: Herbst Spinnennetz)
Rien n’est parfois tout, belle histoire que j’ai adorée dans l’attente de la prochaine amie soignante, Matilda
ResponderEliminarMerci beaucoup pour votre beau commentaire, salutations.
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