MUJER CON SOMBRERO




  Está naciendo un nuevo relato. Me ocurre inmediatamente después de sufrir un fracaso amoroso. Y ya llevo unos cuantos. Ayer me dejó mi quinto novio porque dice que no puede soportar mis manías. No tuvo compasión con mi pobre corazón, se rompe demasiado y al recomponerlo ya no queda igual, creo que va cogiendo forma de pelota de béisbol abollada. Lo bueno es que al fracturárseme el corazón crecen historias en algún rincón de mi cabeza. Esta aún es pequeña, pero la noto brotar.

Me visto de color verde –porque los martes toca ese color, lo tengo anotado en un calendario que guardo en el armario–, y voy a buscar a mi perra “Cosmo” que una vez más se ha escapado de casa. Esta vez intentaré descubrir lo que se trae entre manos durante el día para volver por la noche llamando a la puerta con su patita y poniendo ojos lastimeros. Salgo de casa y cierro con dos vueltas de llave. Coloco bien el felpudo, recto y centrado a la puerta, no puedo verlo torcido, no puedo. Pongo mi pie derecho en la calle y antes de caminar cuatro pasos alguien se choca contra mí. Oigo:

–¡Señora, mire por dónde va!

“¿Señoooraaa?” Pues empezamos bien. Vale que esté cerca de los treinta, pero aún no sé cuando se ha producido en mí el cambio de adolescente insegura a ¡¡señooooraaaa!!
Lo miro de arriba abajo. Es un chaval de unos dieciséis años que lleva una camiseta con el número tres pintado en amarillo. No puedo con el número tres, no puedo.
Continuo mi camino con los dedos cruzados y me paro delante de la cristalera de una antigua droguería del barrio. Algo me llama la atención. A los pocos segundos quiero ser la mujer de la caja de jabones. Con su piel tersa y su mirada de espejo llama a los viandantes desde el escaparate de la sección de productos de higiene personal. Tiene la sonrisa que suele enseñar todos los dientes, la de tamaño “felicidad completa”. Yo quiero una igual. Entro en la tienda para comprarme la caja de jabones, más por la caja de chapa que por los jabones, más por el dibujo de la mujer pintada en la tapa de la caja de chapa. El fabuloso sombrero de plumas blancas que luce con gracia sobresale en relieve. Noto los surcos al pasar los dedos por la tapa. Dentro hay pequeños jabones con aromas de jazmín, rosas y lilas. Pero no contiene sonrisas de felicidad como la de la mujer del dibujo. De cualquier forma salgo más contenta de la tienda con mi caja de jabones en la mano y sigo buscando a mi perra por las calles, plazoletas y parques del barrio. Cruzo por la puerta de la cafetería donde me dejó mi penúltimo novio. La decoración irradia energía negativa; sillones de cuero, biombos de mimbre y lámparas fucsias, no seré yo quien entre de nuevo en ese lugar. No puedo soportarlo, no puedo.

De repente veo algo ligero y blanco levitando por encima de las demás cabezas que transitan por la acera, es un sombrero de plumas parecido a una tarta de dos pisos y tiene una cinta de color beige que le cae por detrás. Acelero el paso y me acercó más. Bajo el sombrero hay una mujer de otra época que lleva un vestido con corpiño y falda vaporosa. No puede ser, esas plumas...

Miro rápidamente la caja de jabones. La mujer del dibujo ya no está en la tapa. Ahora se encuentra caminando por la calle a tan sólo unos pasos por delante de mí. La sigo con mucha cautela. Camina con delicadeza, la cabeza erguida y los hombros hacia atrás. Apenas mueve los brazos y los pies se intuyen bajo la larga falda de raso y organza.
A la entrada de un parque le espera un hombre muy elegante. Se funden en un abrazo y ella le enseña su sonrisa grande. Él va vestido acorde a otro tiempo. Lleva levita, pañuelo al cuello, sombrero de copa y bastón. Puedo verle la cara. Una importante nariz sobresale del resto de sus facciones. A mí no me parece guapo pero si a ella le gusta yo no voy a inmiscuirme.
Se adentran por el parque cogidos del brazo y me dispongo a seguirlos cuando por el rabillo del ojo observo algo que me llama más la atención.

Por la avenida veo pasar a mi perrita subida en la cesta de una bicicleta que conduce una niña de unos diez años. La muy golfa sabe como divertirse, se pega la vida padre mientras yo me preocupo por ella... Salgo corriendo detrás de la bici.
–¡Cosmo, ven aquí ahora mismo! –le grito, y termino llamándola por su nombre completo, que impone más– ¡Cosmopolita, haz el favor de obedecerme de una vez! –nada, ni caso. La bicicleta se aleja y yo me quedo plantada en mitad de la calle. Desde luego acerté de lleno al ponerle el nombre. Pero se va a enterar cuando llegue esta noche a casa con cara de no haber roto un plato...

Regreso al parque y después de mucho buscar compruebo que ya no queda ni rastro de la pareja. Miro de nuevo la caja de jabones pero allí tampoco están. No pueden andar muy lejos, ellos aún no saben que viven en mi imaginación, tan sólo sienten que se aman, pero cuando intenten vivir sus vidas y no sepan cómo continuar ya me buscarán, ya...
De camino a casa me voy fijando en las matrículas de los coches –si veo algún número capicúa tengo que dar la vuelta sobre mí misma tres veces– y al llegar a la altura de la tienda de frutos secos me cruzo de acera. Allí fue donde me dejó mi segundo novio y desde entonces no puedo comer cacahuetes, no puedo.
Y sí, aunque aún no he visto nada, llevo un rato sintiendo que me están siguiendo porque unos tacones resuenan insistentes detrás de mí, incluso al cambiarme de acera, y al pararme en seco dejan de sonar. Ahora estoy al acecho y al girarme bruscamente sorprendo a un sombrero de copa agazapado tras un buzón de correos. En otro momento y de forma más sutil, distingo el último impulso de unas plumas voladoras intentando ocultarse en un portal. Son ellos, algo desorientados porque aún no tienen voz, me necesitan para sobrevivir y buscan mis palabras para poder alimentarse y moldearse.  

Me entretengo en la panadería y al llegar a casa encuentro el felpudo torcido.

¡Vaya, han llegado antes que yo!, vuelvo a colocarlo en su sitio, doy dos vueltas a la llave y entro. Busco por las habitaciones y me precipito al ordenador, seguro que están escondidos entre las ranuras del teclado. Necesitan que me ponga a escribir, están desesperados. Debo sacarlos de entre las teclas y comenzar mi relato. Lo titularé “Mujer con sombrero” y contaré la historia de una mujer de otro tiempo que se encuentra atrapada en una caja de jabones dentro de un dibujo que la mantiene inmóvil con su gran sonrisa, ella aprovecha el momento en que la caja cambia de manos para convertirse en carne y hueso y así poder encontrarse con su amado en un parque... bueno no, mejor en un bosque de tórtolas doradas, que suena más literario.

Aún no sé cómo va a continuar la historia pero lo que tengo claro es que no incluiré a “Cosmo” entre sus líneas. No se lo merece. Y es que no puedo soportar a las perritas que abandonan a sus dueñas para dar paseos diurnos por la ciudad montadas en cestas de bicicletas, es que no puedo...



Comentarios

  1. Mujer con sombrero es uno de los relatos que más me gustan, empatado en belleza con la canción de Silvio Rodriguez, otra de mis favoritas.

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  2. Gracias Carmen, no conocía la canción... "Una mujer con sombrero, como un cuadro del viejo Chagall..."

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  3. Hola Ana,soy Federico Fayerman el del Nepenthes Philipinensis: Como puedes ver he entrado en tu blog y por ahora solo puedo decirte que me está gustando bastante. La mujer con sombrero es muy bueno. Seguiré leyendo.

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    1. ¡Hola Federico! Un placer tenerte por aquí. Acércate las veces que quieras. Espero que te sientas a gusto. Yo también visitaré tu "Huerto de las Palabras", y si me lo permites, incluiré tu enlace en este blog. Muchas gracias.

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