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Mostrando entradas de 2017
2. Coloco la última pasta almendrada al lado de los mantecados y riego toda la fuente con piñones y bombones de avellana. Mi toque personal es básico para que los dulces queden desequilibrados, sin mucho criterio estético. Alguien llegará y arreglará todo este caos azucarado. Y me recordará que faltan los polvorones de limón, los que le gustaban a papá. Y yo fingiré haberlo olvidado. A mi madre le duele la cabeza. Siempre le pasa. Quiere preparar tantas cosas para la cena que se agobia, se queda sin oxígeno y dos redondos coloretes afloran en sus mejillas. Dice que el horno le provoca jaquecas, y la veo deshaciendo la enorme pastilla de paracetamol en un poquito de agua para poder tragarla, porque a ella siempre se le atasca todo en la garganta si no lo mastica; arruga el gesto tras tomarse el amargo medicamento y continúa batiendo los huevos con brío, calculando la medida exacta de harina para que el bizcocho quede esponjoso, busca la levadura… –¡Ahí va, nena, se me ha o
1. Voy a crear un poema que pese seis gramos de niebla. Será autónomo, se abastecerá de hojas de acanto. Como un capitel corintio. Sonará a violonchelo, eso seguro. A desgarro que devora insomnios con la boca oscura de la noche. Rasgando sombras. Hilachos suspendidos en la ingravidez de seis, solo seis gramos de niebla. Blanco como un invierno que arda de frío. Incandescente. Tendrá un charco lacrimoso en un suelo de légamo. Lo cubriré de organza, como si fuera una novia. Decidirá sentarse sobre el cieno. Y se manchará de negra espera, de inútil esperanza. Y mirará hacia atrás. Y nada. Voy a colocarle un sombrero rojo , en negrita. Me apiadaré de él cuando regrese de los bares de copas trasnochado sin puntos ni comas con el verso libre escapando de sus bolsillos descosidos y la ausencia como antología única tropezando con la silla del pasillo despertando silencio y comiéndose la tilde del perdón en un hipo de ginebra seca. Añadir
12. Es esta sobriedad que calcula la medida exacta de un sentimiento. Latidos anchos, suspiros hondos, una aspereza involuntaria rasgando la suavidad que fue. El regreso del frío zanjando estíos y mudando la piel. Vuelve la noche, la morfología de un beso atrapado en la persistente luna. Esa luna que no acaba nunca. Es esta forma de extrañar, a través de los minutos que duermen entre tiempo y tiempo. Una estructura triste que anega ventanas enrejadas, pequeños códigos de barras encajados en fachadas interminables de nada. Un violín que vierte sus lágrimas sobre los toldos a rayas de las tiendas de souvenirs. El hundimiento del verano en una taberna de pescadores. Es esta manera de perder, silenciosamente, la luz, la mirada. Una arruga frunciendo el verso que vive justo entre los ojos. La nota sostenida de una playa blanca atestada de letras desordenadas, extraviadas en su propia incomprensión. El hueco metafísico de una huella permanente.    Es esta melancolía
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11. Ahora que estoy frente al mar, no sé qué decirle. Podría empezar por cosas obvias y amables. Piropos que contengan las palabras inmenso y azul; por ti no pasan los años y cosas así. Respirarlo mientras frena en el rompeolas su inercia blanca. También quisiera hablarle de los peces que nadan en el vaho condensado de las ventanas de cristal, donde la unión del frío y el calor crea otro mar delgado y sin profundidad, habitado por símbolos infinitos de un solo ojo... Pero no sé si me escucha. A lo mejor sí, pero se mantiene distante porque no entiende mi idioma. –Hola, mar. Él da un aletazo con su lenguaje brusco y me salpica espuma como si preguntara: –¿Quién eres tú? –¿Yo? Soy una mujer  que arribó vida un día de difuntos. Escribo historias de tiza en una pizarra negra superlativa,  y una oruga recorre impasible las tres letras de mi nombre. Todo eso le digo. Como un poema. Pero mis versos se hunden sin significado al tocar la superficie. Sin embarg
10. La hija adolescente de una prima segunda por parte de madre ha venido a visitarme. Dice que quiere conocer la ciudad, pero en realidad solo pasea descalza por mi casa y abre constantemente la nevera. Se estira en el sofá y mira el móvil. Yo me siento al borde de un sillón y, como no sé qué decir, trago saliva todo el rato. Parece que la que está de visita soy yo. Nunca he sabido comunicarme con los adolescentes, ni siquiera cuando yo lo fui; gótica y dulce, no había manera de conjugar aquello... un licor de absenta con extra de vainilla. Los vinilos techno y las narraciones de Poe guardadas en un cofre rosa, almohadillado por dentro como un ataúd. Bastante tenía conmigo misma como para tener que entender a los demás. Yo, que hubiera flotado en el agua helada de un lúgubre río vestida con níveas telas y rodeada de flores, recreando a Ofelia, o tal vez subida en una barca a la deriva, como la Dama de Shalott . –Esta tarde podríamos ir a Gran Vía. –Vale. Y ya está. Fin
9. El pájaro se posa en el alféizar de la ventana. Allí puede ver a la mujer durmiente tendida boca arriba en la cama. Respira agitada, el calor se adhiere a ella con tanto peso que parece tener un amante invisible sobre su cuerpo. El resto de la casa guarda una cierta quietud. A la hora de la siesta, solo la cocina mantiene su rutina imperceptible. Una fuente de albaricoques perfuma ese mundo oculto que transcurre en el interior de las alacenas, donde el pimentón envidia la supremacía del azafrán entre los arcaicos secretos de las viejas sartenes, y la loza dedica un mohín desgastado al inoxidable menaje de la estantería principal. Arriba, en la repisa más alta, un suspiro de la Porcelana evidencia su romance con el Cristal de Bohemia. Sin poder remediarlo, se atraen, se escurren en el silencio caliente de la tarde, rozan con delicadeza sus bordes mientras las ollas y los cazos, ajenos a todo, juegan una partida de mus.   En el dormitorio, la mujer durmiente continúa dentro
8. No sé por qué tengo estas incontrolables ganas de marcharme a otro lugar, a buscar la nieve, por ejemplo, a ese refugio donde duerme el invierno... no lo entiendo, con lo bien que estoy aquí, rodeada de amigos que son mi bálsamo reparador, disfrutando de la suave brisa y de mi cóctel con sombrilla de papel; hasta me he fumado un cigarro (después de tanto tiempo). Las luces de neón pintan las caras de azul, de rojo, de azul otra vez, y las butacas de bambú llevan sombras que se alargan por detrás de la noche, de esta noche que oigo como de lejos: “Ven, adéntrate en mí, corre, corre...”, me pide, pero yo no quiero escucharla, aquí me quedo, tan a gusto, escuchando chistes y recuerdos que a veces son rojos y otras veces son azules, según el neón intermitente; doy un trago a mi cóctel añejo con sabor a lima, me acomodo en el asiento de cojines persas y estiro las piernas bajo la mesa para mirar el tránsito del cielo ondulante; qué maravilla de sitio, quisiera atrapar la música rel
7. Hoy desayuno con mis sobrinos de seis años. Niño y niña. Él holgazanea despistado porque no sabe (o no quiere) untarse la tostada; el azucarero es un dinosaurio... apoya la barbilla en la mesa para mirar la claridad que entra por la ventana a través del tarro de mermelada. Cuca los ojos intermitentemente. Ella se bebe la leche con chocolate y me enseña pizpireta su pulsera de plastilina. Luego, poseída por el espíritu de la ocurrencia, comenta: –Cuando tenga ochenta años viviremos juntas en un palacio de hielo... Aún no controla muy bien la edad ni el paso del tiempo, pero ya ha aprendido a manejar con soltura sus poderes mágicos. Compra quesos en la luna y habla chino inventado. Será cantante-bailarina, aunque en estos momentos ejerce como pintora ocasional. Después me dibujará una casa con chimenea, y una flor. Tiene una sonrisa que colorea el dolor, y lo calma. Él sabe muy bien cómo lograr lo que quiere. Nos escucha con la servilleta sobre la cabeza, a modo
6. Un cuento. Un florero sin flores lleno de besos que suenan a lluvia al chocar entre ellos, cerca de un muchacho que escribe poemas durante horas y horas, en la habitación de un castillo con vistas a la estrella polar. El corazón del verano se adhiere a la lámpara. Caen del techo llamas de melancolía como briznas de luz impregnando las sábanas blancas. La ventana encuadra un paisaje que no tiene más color que el fuego de algún dragón planeando por el perfil escarpado de una montaña. Una joven apuesta escala los muros hasta alcanzar el dormitorio donde el muchacho suspira. Las nubes esquivan el filo de la luna. La joven entra por la ventana y el corazón del muchacho se eleva a la lámpara. Caen del techo pedazos de música que suenan a lluvia al chocar entre ellos; la unión de sus labios impregna de besos un florero sin flores lleno de cuentos que saben a luna. Una madrastra con perfil escarpado acecha tras la puerta. Tiene una belleza perenne y sabe hablar
5. Elijo la falda porque es roja y suave, de licra brillante. Tengo que probármela. Los probadores de los grandes almacenes son extensiones inmensas de terreno urbanizable. Entras en ellos y sin darte cuenta apareces en otra dimensión. Se están convirtiendo en pequeñas ciudades que albergan calles delineadas y plazoletas; hay puertas principales con buzones, callejones sin salida y soportales dóricos. No tardarán en instalar una sucursal bancaria que ofrezca préstamos a bajo interés para que nunca se nos agote el saldo y podamos seguir comprando. Farolas de luz natural iluminan la ruta de un autobús que se pierde en un espacio aún inexistente. Seguro que allí plantarán zonas verdes por las que podremos pasear con la ropa nueva y comprobar cómo nos queda antes de usarla en el mundo real. Muy pronto, la gente empezará a confundir un mundo con otro; para quien ya no quiera salir nunca más de aquí, se construirá un hotel con buffet libre y unos cuantos colegios. Todos los niños apr
4. Reconstruirme.  Cambiar dulzura por cartera de serpiente verde en un puesto del Rastro. Encontrar una foto de Montgomery Clift que sirva para tapar la mancha de humedad del ventrículo izquierdo, la que tiene el yeso perforado porque habría que pintar pero con este calor sofocante... y tomarme un zumo en una cafetería de baldosas de ajedrez bajo la mirada de una señora de cejas blancas que me recuerde insistente el estropicio de sentimientos que desfilan desordenados por mi cara. Y beberme la piña con sabor a paramecios y a falsos cuadros de Chagall... y buscar margaritas –en un campo verde y claro inexistente en la ciudad– y hacerme un moño con ellas para adornar esta soledad asfixiante porque habría que poner aire acondicionado pero, uffff, qué atardecer tan violáceo al fondo de la calle, allí donde no puedo llegar porque se me ha roto una tira de la sandalia derecha y tengo el aspecto de muchacha triste que necesita una reforma integral. Con acabado de estuco, ya puestos.
3. Un pez suplica agua. Le falta una extremidad. Es ciego pero percibe las sombras. La noche resbala en los adoquines con sus zapatos de tacón. Le sobra una extremidad. Hay una reunión clandestina de caracolas nocturnas en la periferia de las farolas. Los altos balcones derriten su calor invertebrado en las macetas de violetas grises. Utopía necesidad del frescor de los estanques que duerme ebrio de ron en algún columpio oxidado.  Y luego estoy yo, paseando limbos y tapiando recuerdos con todos los huesos de mi memoria. (Notas de verano)
2. Bajo la sombra de los árboles frondosos del viejo parque, una mujer se refugia del calor que arde en las calles –ha visto bicicletas derretidas y estatuas carbonizadas manteniendo la compostura en su intrépida travesía–. Pero ahora está a salvo, sentada en un banco, percibiendo caricias olorosas de madera verde. Intuye una demanda de palabras en ese lugar, algo que debe escribirse... como si pululara por el aire un poema que alguien dejó sin terminar. Respira lo subjetivo entre las hojas, y siente las ganas de buscar aliteraciones y estrofas. Sonetos blancos. Fuentes pareadas. Sentado frente a ella, un hombre lee las páginas sin textura de un libro electrónico, entre los humos de vapor de un cigarrillo que absorbe con movimientos mecánicos... le rodea un halo metálico que se solidifica con el hierro del banco; en algún rincón de su espalda debe encontrarse el habitáculo para las pilas. Todo en él parece postizo, hasta el acicalado tupé que le despeja la frente. Ha detectad
1. Tengo catorce años y no puedo respirar. El sonido del metal arañando el asfalto huele a relámpago, es una montaña que se derrumba, y yo voy dentro de ella. Una violenta sacudida remueve el interior del vehículo. Soy una marioneta en manos del destino con toda la sangre acumulada en la nariz. Después de un tiempo indefinido, alguien me saca de entre los hierros y me tumba en una cuneta. Orillada en una penumbra de hierba fresca, no puedo respirar. Amanece. Llega chillando una ambulancia fosforescente. Mancho de sangre las inmaculadas sábanas de la camilla... me limpian la cara. Oxígeno, por favor. Ya en el hospital, tengo que esperar en un largo pasillo gris. ¿Dónde estarán los demás?  Oigo voces que me describen. “Cara de niña con cuerpo de mujer”. Risas. Unas manos que exploran donde no deben. “No, ahí no me duele, es aquí... no puedo respirar”. Pero yo no soy quién para decirle al doctor cómo tiene que hacer su trabajo. Cerraré los ojos. Quizá me desmaye.
MICROMUERTES Amor Desnudo de ópalo marea que muerde lunas y nubes y ansias. Llora la piel, nacen escamas y lunares satélites que orbitan ombligos, marcas de labios culminando dunas, besos unidos en ondas de agua. Caricias, deseo curvando mi espalda. Tus ojos. Tus manos. Mi alma. ********************************************** Hace días que no salgo a la calle. Duermo mucho y siento una profunda pesadez en la cabeza. Escucho sin parar los ladridos nerviosos de un perro, amortiguados por un velo denso que aplaca los sonidos como si el aire llevara alojados algodones diminutos. La débil luz que sobrevive a las sombras me hace deambular sigilosa por la casa sin saber muy bien si es de día o de noche.  Creo que han vuelto las visiones que llenaron mi infancia de palizas y castigos severos, porque hace un momento –que pueden ser horas, o días– he visto a la niña que fui frente a un espejo, mirándome asustada. Sé muy bien que el miedo la paraliza y que
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DE AMOR Y LUNA (Ilustración de Meritxell Ribas) Escribiré callando el irremediable poema que nacerá al contemplar la luna. Tú, que ya eres todo menos tú. El picaporte de una puerta, el viento que se detiene a mirarme, la sangre blanca del hielo. Habitas la intemperie sin pisar el umbral. Amor mío. Balido del Todo o la Nada. Será un poema íntimo. Quizá no merezca la belleza de la luna. Ni el lamento de los heridos. Tus manos vacías ciñendo otros cuerpos que sí respondan. Veranos largos como siglos augurando lágrimas de escarcha. Y, sin embargo, sonando sigue entre las ruinas la risa que te murmuré, respirando aún esa extraña pureza que llama Amor a lo más profundo de un beso. Y un deseo se descolgará de la luna al percibir mi frágil desnudo. Habrá escuchado el febril delirio de las palabras. Acaricia. Penetra tus

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