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Mostrando entradas de 2016
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ALGO IMPORTANTE   Los chicos que juegan en la calle estampan el balón contra el letrero de la librería. El impacto hace crujir las estanterías y un poco de polvo se desliza de la lámpara más alta, cayendo como nieve lenta e insonora al suelo. Damián frunce el ceño. “¡Otra vez, ya no sé cómo advertirles, un día van a colar el balón aquí adentro!”, me dice enfadado. Y yo asiento. No conviene contradecir al jefe, aunque sus enojos suelan durar poco. Damián es un hombre afable de ojos grises y sonrisa ladeada. El pelo alborotado le confiere un aspecto de científico interesante y algo chiflado, de la mirada se le escapan pequeños brillos intelectuales. No entiendo por qué no tiene pareja. A veces pienso que es por aquella historia que nos contó a mamá y a mí la noche que vino a cenar a casa. Después del postre confesó que tiempo atrás amó mucho a una mujer, tanto, que en una noche de pasión intercambiaron sus sombras para siempre. Y que desde entonces, cada uno lleva consigo la som
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AVENIDA CERO Sonia se pone los pendientes mientras piensa un deseo –ella cree que si consigue abrochárselos a la primera sin mirarse al espejo, el deseo se cumplirá, o sucederá algo extraordinario, o conocerá al amor de su vida–, hoy los pendientes han encajado en su sitio como si una fuerza imantada los hubiera guiado hasta allí. Buena señal, piensa mirando el reloj. Acelera la marcha y pasa por el salón tan veloz que levanta el aire, tirando al suelo unos papeles amontonados sobre la mesa de cristal. Se agacha a recogerlos extrañada de su propia energía, y al posarlos de nuevo sobre la mesa se fija en una pieza roja que hasta ahora no había visto. “¿Y esto?, será de Quique...”, piensa, y en un acto instintivo la coge y la guarda en su bolso. Ya en la calle, comprueba que ha hecho bien en no abrigarse mucho, hace calor...      Diez elefantes pintados en el suelo acaparan sus ojos. Parecen caminar alineados por los adoquines del estrecho pasaje que desemboca en la parada d
NO SE RECONOCE Ni en la estatua de niebla, ni en la cara oculta de un atardecer naranja. Ella evita el dolor mientras marea el café con cucharadas de nieve. ¿Ella evita el dolor? Besar es amar. Compra manzanas suaves y versos tiernos. Se instala en la ilusión. Los miércoles se mimetiza con una nube cualquiera. Los viernes desea transformarse en lúcida incertidumbre. Dormida es una alondra. Y un pez azul. Pero no se reconoce. Ni en el pliegue libre de una caricia, ni en la caricia libre de unos ojos. Ella escribe un poema y luego lo rompe. Y luego lo escribe. Y luego lo lee trescientas veces. Amar es besar. Tiene dos entradas para el cine y un abrazo que necesita dar. ¿Amar es besar? El resplandor de un tacto que murmura mojado y desliza un corazón abierto de par en par. A las once cuarenta y dos una lágrima, el resto del día un recuerdo constante.  Ella ama en dosis altas, por eso pierde al año doscientos gramos de inocencia. Su lugar es relle
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R A Z O N E S Ilustración de Robert Dunn Las historias no nacen solas... ¿O sí? ¿Cuáles son los motivos que conducen a escribirlas? Y de ser dirigidas, ¿en qué momento cobran vida propia? ¿Cuándo pasa el escritor a ser un mero intermediario entre los personajes y sus vidas? No sé, en realidad, no siempre surge un protagonista que te lleva en volandas por los mágicos caminos de la narración mientras te dicta las palabras –eso no pasa nunca, o casi–, y tampoco es exacto que el origen esté fundamentado en los estados de ánimo –aunque en muchas ocasiones es el hilo conductor, a veces se produce el efecto contrario–, no, no se puede explicar con tan solo un puñado de razones las causas por las que alguien experimenta el impulso de escribir. Yo intento conocer mis propios motivos; ¿Para qué necesito narrar historias? ¿Por qué invento, reflexiono, imagino o me sincero a través de las palabras?  Dejo el cuaderno abierto sobre la mesa y espero sentada en la mecedora. He co
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VOLGA En la calle comercial caben muchos ruidos. Conversaciones vivas, músicos ambientando adoquines y áticos, pasos, risas, sonidos metálicos. El silencio solo se atisba en la boca cerrada del mimo que aparenta ser una estatua egipcia. Pero no se escucha nada su silencio, porque la música de las tiendas lo llena todo, y no hay espacio para más. Me detengo a mirar los escaparates. Un crío aparece de la nada y me da un buen pisotón. No sé si lo ha hecho a propósito, creo que sí, porque he sentido su gravedad premeditada aplastándome el pie. Pero él se da la vuelta poniendo cara de despistado, me mira, y no se disculpa. Le agarro de un brazo. En ese momento, veo a un hombre saliendo como una exhalación de la tienda de deportes. Viene en picado hacia mí. Ha tardado unos cinco segundos en llegar a mi altura, pero a mí me ha parecido que esa corta distancia se estiraba en el tiempo. Suelto al crío. “¡¡Eeehhh!! ¿Qué es lo que pasa?”, pregunta, con aire de macarrilla crecidito. Y
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FEBRERO   La Araña deambula como una burbuja de bruma. Se sabe musa del mes más pequeño, brújula de ojos rebeldes. Febrero adora sus dorados reflejos, y los pasos caen de la mirada como si anduvieran leguas de horas. La Araña enmaraña el reloj de Febrero, revuelve su breve existencia. Es una diosa maga que alarga sus días.   Febrero soy yo. Ella, la Araña.   Me faltan tres días. Solo tres días. Y llegaré hasta ella. Llevará puesto un vestido naranja. Con volantes. Y en el vuelo del aire se intuirá una melodía que no será oída. Un piano callado hablará mudo. Y entonces le diré:   –Estás igual que siempre, no has cambiado. Larguirucha flacucha. –Enano consentido –Contestará.   La rescataré de esa tela opresiva y saldremos de allí, marcha atrás en el calendario, recordando aquel día...   nos habíamos vestido de fiesta, nos habíamos acicalado como si estuviéramos a punto de inaugurar un castillo, nos habíamos llenado de lentejuelas y pajaritas como para ir a
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ALFIL NEGRO No aguanto el desorden. Altera mis constantes vitales. Se me cierra la ventana del aire y se nublan los colores de mi campo de visión. Desde que vivo con Pablo, tengo frecuentes ataques de histeria provocados por su absoluta incapacidad para colocar las cosas en el sitio que les corresponde. Él es la antítesis de mi desarrollada meticulosidad, esa que, a través de estructuras metódicas y pulcras, me ayuda a ejercer de maestra infantil, y en general, a organizar cualquier eventualidad. Solo así tengo el control de las cosas. También afecta a mis sueños. Últimamente me visitan los más variados inquilinos del subconsciente; clásicos como las escaleras de caracol o los pasillos inacabados, originales relojes de numeración aleatoria, percheros con ojos y paragüeros con pies, calles pavimentadas de vidrio que dejan ver ríos de lava, surrealistas casas donde nada está en su lugar... ¡nada!, y para mi desesperación, no puedo colocar ni un solo objeto en su sitio por
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SUAVEMENTE LA MIRA Ella habla con una voz musical de palabras ocultas tras los dientes, tiene una sonrisa roja y un pequeño hueco se le forma al despegar lentamente los labios, y él desea morder las palabras que son como de terciopelo o de miel emanando por el orificio oscuro de su boca, rozar los labios y luego lanzarse al vacío para explorar con la lengua el húmedo principio de los besos, y ella, destilando azul, habla tratando de construir un pensamiento coherente aunque en realidad lo único que le importa es retener para siempre la mirada que él le ofrece, quedarse a vivir en ella, morir en ella, porque de repente el espacio ha desaparecido, y le gustaría saber el momento exacto en el que comenzó a volar, ahora que las palabras se adhieren a sus labios como si una luz verde las suspendiera allí, porque él mira verde, sus ojos parecen dos hojas inyectadas de luz que han decidido atravesar tejidos y mezclar los sentidos para medir el peso del deseo, para calcular la dis

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