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Mostrando entradas de 2015
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EL VESTIDO BLANCO Abro la puerta de la calle y encuentro una caja de cartón sobre el felpudo. No sé cuánto tiempo llevará ahí, en el pasillo no hay nadie. La observo por los laterales y veo que no tiene remitente ni destinatario. Ni siquiera está precintada. Llamo a mamá. Ella no ha pedido nada, dice, pero la mete en el salón y cierra la puerta. Dentro de la caja hay un vestido blanco con puntillas en el cuello y en los puños. Mamá lo coge por los hombros y lo extiende en el aire. Tiene botones forrados de raso en la espalda y una capa de gasa le cae desde la cintura hasta los pies. Está descolorido y viejo. La abuela Luisa suelta un gritito desde su mecedora. –Madre, ¿sabe usted algo de esto? –¡Yo qué voy a saber, hija! –contesta sobresaltada. Y como si no fuera con ella, vuelve a sus agujas de ganchillo, meneándolas sin saber muy bien por dónde debe continuar la labor. –Esto va a ser cosa de la tía Rosa, ¡ya verás!, después de comer iré a su casa, a ver qué tien
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ALEGATO Pintura de Josep Amat      El abogado Benjamín Crespo mira detenidamente uno de los cuadros expuestos en la sala número tres de la galería de arte nacional. Su mujer se ha empeñado en llevarlo hasta allí para que pueda desconectar por un rato del bufete y de la importante defensa que está preparando. A juzgar por la atención que muestra al observar la pintura, parece haber conseguido evadirse de todo; tal es su concentración que no mueve ni un solo músculo. Está tan absorto que su mujer se acerca sigilosa y le comenta en voz baja: –Pues sí que te ha gustado el cuadro, ¿tiene algo de  especial?                                               Él le contesta sin dejar de mirar al frente: –Lo tiene todo. Lo que el pintor ha obviado premeditadamente, lo que ha dejado fuera para fomentar la interpretación subjetiva, pero que de forma oculta, está sugerido en las expresiones, en la luz y en el contexto casi jeroglífico que ha querido reflejar a pinceladas...       
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MÚSICA Sueltas el violín enfadado y gimes algo. No has querido saber nada de mi mirada acompasada ni de los susurros que aún te envío a los oídos. Entras en la cocina y coges una manzana. Es redondamente verde. Orbito a tu alrededor y en un momento dado se produce el eclipse. Dejas de verme. La manzana se interpone. Eres más pequeño de lo que creía y tienes unas manos que no mereces. Me echas la culpa por no saber entenderte y sin más argumento me bloqueas. Te sientas a la mesa. Comes en silencio y coges las llaves del coche. Será verdad que esta vez has sentido la distancia, tan perspicaz como eres, mucho más aventajado que yo... la cabeza pensante de esta relación. Claro. Y me ignoras creyendo que no voy a verte, ni a sentir tu lenta interpretación de las cosas. Para ti es más fácil negarme, anularme. Cierras de un portazo y yo me repliego entre las cuerdas del violín hasta que vuelvas. Sé que cuando aparezcas lo intentarás de nuevo, y que al percibirme me rechazarás otra
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VUELO DE PAPEL “No me podrán quitar el dolorido sentir...” Garcilaso. “Una ciudad y un balcón” Azorín. Subamos a la torre más alta de la ciudad para probar nuestro mágico catalejo. Con él veremos hasta las cosas más pequeñas, incluso lo que ya no existe. Allí abajo, un cúmulo de viento empuja la puerta de una biblioteca; entra sin pedir permiso y escala hasta la planta de los libros históricos. Rápido, planea sobre la mesa rectangular que preside la sala y abre un libro con fuerza. Una hoja de papel se rasga, se separa de las demás. Ahora es del viento, que la maneja a su antojo, un par de volatines en espiral. Ya está. Emprende el viaje. Abandona la casa de los libros con diligencia y se escabulle por las calles compartiendo espacio con otros seres alados, (insectos dípteros y criaturas mitológicas, mezclados como en un gran secreto); también se cruza con partículas transparentes, con polvo en suspensión y con alguna colilla de cigarro que levita.
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PROTOCOLO Escucho detrás de mí una voz de hombre que me espeta: –Está claro que hoy es su primer día, señorita, no hay más que ver la “destreza” con la que maneja las copas y los cubiertos... Es verdad que llevo un rato con la pala del pescado en la mano sin recordar dónde va situada en la mesa así que, en parte, tiene razón, pero odio que la gente se meta donde no la llaman y recalque con un ridículo retintín lo que a todas luces resulta obvio, de manera que me vuelvo con ganas de cargarme a alguien, levantando la ceja derecha y mordiéndome el labio para intimidar un poco y ponerme en mi sitio, y a punto estoy de blasfemar algo pero... menos mal que no digo nada porque al girarme me encuentro de frente con don Jean Carlo Lopetti –en realidad se llama Juan Carlos López, según me ha comentado una de las camareras–, dueño y señor del prestigioso restaurante donde hoy empiezo a trabajar. Cambio el gesto de golpe al de cariacontecida y él, a modo de jefe comprensivo, m
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TU RÍTMICA PRESENCIA Descorres la cortina. Ves amanecer con los ojos pegados. Has tenido un sueño bonito que aún recuerdas, y lo retienes mientras te duchas. Cubres tu cuerpo de una espuma olorosa que se desliza por la piel como algodón mojado y que acaba arremolinándose bajo tus pies, diluida en el agua, mezclada con algunos retazos del sueño bonito que te empeñas en recordar, pero que, inevitablemente, acabará escapando por el desagüe. Después, la toalla burdeos, el secador y un café con galletas acompañado de un vistazo fugaz a la fotografía en la que estamos los dos, encuadrada en un marco de níquel –siempre te gustó esa palabra, “níquel”, eres mucho de adorar palabras, sonidos y recuerdos–, la foto, decía, de nosotros dos, al lado de la vela con forma de flor que nunca encenderás porque te da pena estropearla. Miras la hora. De repente, las prisas. Cierras la puerta con llave. Bajas las escaleras y percibo el sonido de los latidos acompasados que tu corazón musita co
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PALABRARQUÍA El libro se movía solo. De volumen considerable y pastas duras, comenzaba a sobresalir de los demás utilizando un método nada sutil, brincando y embistiendo a los dos libros que lo flanqueaban. Al principio creí que era un efecto de la vista, agitada debido al trabajo que desempeño frente a la cinta transportadora de la cooperativa de envasados y que me mantiene durante ocho horas viendo pasar tarros de cristal a los que debo adherir una pegatina con el nombre del producto, la denominación de origen, el código de barras y la fecha de caducidad, y que provoca que mis ojos se extravíen de vez en cuando y se muevan a su antojo, de modo que a veces tengo la sensación de ver cuerpos inertes en movimiento. Sin embargo aquel día, después de parpadear varias veces y explorar la habitación con el completo conocimiento de tener el control del espacio-tiempo, llegué a la conclusión de que no me habían traicionado los ojos. El libro daba saltos descompasados
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DÍPTICO DE UN ENCUENTRO Tiempo detenido en la quietud de la belleza, colores que hablan a pinceladas. Vidas enmarcadas latiendo en su perpetuo silencio; ¿Eternidad inmóvil? 1.  ÉL Ahora que no hay nadie, el hombre del traje negro camina por los pasillos del museo rompiendo la mudez del mármol con sus pasos. Aún faltan unas horas para que se abran las puertas al público y se llenen los espacios de curiosos espectadores. Atraviesa las salas mitológicas y los retratos reales sin prestarles mucha atención aunque de vez en cuando frena su elegante marcha para deleitarse con alguna de las grandes obras que se exponen colgadas de las paredes y que desprenden claroscuros capaces de insinuar formas y volúmenes. Reanuda enseguida el paso porque tiene una razón muy importante que se antepone a todo...  alguien le espera y él, súbitamente ante esa idea, no puede evitar la aparición de una media sonrisa acompañada de un brillo de impaciencia alumbrándole el rostro. Su figura
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EL MILAGRO DE LA MUJER MUERTA Me has matado. Pero aún no me he muerto. Y eso que tus palabras llevaban la carga justa de veneno... Esta mañana he bajado a la calle apenas sin aliento. Luego, al llegar a la panadería, he pedido una barra de pan, así, como cualquier cosa. Nadie se ha percatado de nada. Todos me dan los buenos días y me sonríen. Empiezo a pensar que no me ven a mí, sino a la que fui antes de que me mataras. Parece que tengo buen aspecto y que puedo caminar... ¿Cómo puede ser?  ¡¡Si me estoy muriendo!! Apenas tengo fuerzas para seguir y, sin embargo, cojo un autobús y me siento al fondo. Creo que voy al cine, a la sesión de las doce del mediodía. Nunca he ido a esa sesión. Sí. Confirmado. Voy al cine porque ya he comprado la entrada en la taquilla y me he sentado en la sala. Fila seis. Pero no quiero ver esta película. Es la nuestra.
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SALAMANDRA Como ascuas envueltas en seda, los dos notaron el tacto ardiente y suave en los labios. Natalia se perdió en el beso de Leo. Y Leo percibió una fulgurante chispa de electricidad atravesando sus cuerpos; en el roce de las miradas, en el principio de todo. Meses antes, casi en paralelo, sus vidas comenzaban a reflejarse en un espejo que ellos aún ni intuían; los dos pasaban por momentos difíciles de carácter sentimental. En los cimientos de lo que hasta entonces conformaban sus respectivos matrimonios, se había abierto una grieta, posiblemente provocada por el desgaste de la convivencia, por la enorme acumulación de desencantos que conllevan las decepciones, los celos y la inestabilidad. Aquello se estaba convirtiendo en una pesada carga que necesitaba salir por algún sitio, y amenazaba con desbordarse. Algo dijo basta. Una luz, las ganas de respirar, un resquicio de esperanza.
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CÓMO ELIMINAR LA ESTUPIDEZ HUMANA Este es un mal mayor y extremadamente peligroso, porque la estupidez puede ser más dañina que el veneno de la araña errante brasileña o incluso peor que un tornado multivórtice bajo mesociclón en rotación, que ya es decir; además es muy contagiosa y se ha convertido en pandemia.  Para combatirla frente a frente se requieren técnicas avanzadas. Desaconsejamos la esgrima o la lucha grecorromana por arcaicas e ineficaces. Lo que de verdad se necesitan son armas intelectuales, por eso recomendamos la lectura de Descartes o de Nietzsche (este último da muy buenos resultados ya que, al leerlo, se adquiere una expresión erudita que intimida), y es imprescindible utilizar una máscara con sistema de aireación inteligente para que el contagio no se produzca. Si deseas acabar con esta lacra que impera en nuestro planeta deberás seguir los siguientes pasos:   Por las mañanas y en ayunas cogerás a una estupidez cualquiera y le realizarás un aná
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VINO VERDE      Sábado, tres de la tarde: “Vale, hasta las ocho, lleva mucho cuidado, adiós... sí, yo también... chao”. Y cuelgo. ¿Por qué no estoy demasiado contenta? Sí, me hace ilusión que Andrés venga a verme pero me falta algo, no sé. Me hago la tonta, disimulo conmigo misma para no aceptar que no existe esa chispa que debería encender más la relación... ¡Dios!, llevo unos meses sin notar apenas nada cuando estoy con él pero me callo para no liarla, para no enfadar a nadie, hay que ver, ¡y yo qué!, siempre se me ha dado muy mal analizar mis sentimientos, tal vez no digo nada porque en el fondo me aterra quedarme sola... qué le vamos a hacer. No se lo cuento a nadie, y mucho menos a mi madre para que no acabe soltándome todo lo que piensa de mí, no me apetece nada escuchar sermones. Termino de recoger la cocina y me preparo un poleo-menta. El café me pone nerviosa.           Cuatro de la tarde:   Mi momento “sofá”. Estirada todo lo que puedo, rodeada de c
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El tiempo se deshacía... (Imagen de Juan Antonio González)      ...Las horas se derretían por las paredes, los minutos nadaban en el buque de la cama y Mobydick se los tragaba, los segundos se disipaban en nuestras bocas, las milésimas desaparecían al rozar tu piel y tú, que más que tú eras yo, me regalabas la suavidad de tu alma y el tiempo moría, no hacía más que eso, morirse todo el rato mientras tú me dabas el mar y la Nebulosa de Orión y yo... yo, que ya no tenía piel, que mis formas se escurrían por las sábanas, era capaz de volar a lomos de Pegaso y rodear la cima del Monte Olimpo con mis brazos, que eran los tuyos, de miel y de nube, y el sonido alto de cuatro violines surgidos de las columnas del dosel nos hablaba de amor y de su cúspide mientras el tiempo seguía expirando, pereciendo alrededor de nosotros, trayéndonos la eternidad y la más bella historia jamás amada, y tú llorabas y reías, y me bebía tus lágrimas de guitarra y veneraba la risa argentada que ema

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