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Mostrando entradas de agosto, 2017
10. La hija adolescente de una prima segunda por parte de madre ha venido a visitarme. Dice que quiere conocer la ciudad, pero en realidad solo pasea descalza por mi casa y abre constantemente la nevera. Se estira en el sofá y mira el móvil. Yo me siento al borde de un sillón y, como no sé qué decir, trago saliva todo el rato. Parece que la que está de visita soy yo. Nunca he sabido comunicarme con los adolescentes, ni siquiera cuando yo lo fui; gótica y dulce, no había manera de conjugar aquello... un licor de absenta con extra de vainilla. Los vinilos techno y las narraciones de Poe guardadas en un cofre rosa, almohadillado por dentro como un ataúd. Bastante tenía conmigo misma como para tener que entender a los demás. Yo, que hubiera flotado en el agua helada de un lúgubre río vestida con níveas telas y rodeada de flores, recreando a Ofelia, o tal vez subida en una barca a la deriva, como la Dama de Shalott . –Esta tarde podríamos ir a Gran Vía. –Vale. Y ya está. Fin
9. El pájaro se posa en el alféizar de la ventana. Allí puede ver a la mujer durmiente tendida boca arriba en la cama. Respira agitada, el calor se adhiere a ella con tanto peso que parece tener un amante invisible sobre su cuerpo. El resto de la casa guarda una cierta quietud. A la hora de la siesta, solo la cocina mantiene su rutina imperceptible. Una fuente de albaricoques perfuma ese mundo oculto que transcurre en el interior de las alacenas, donde el pimentón envidia la supremacía del azafrán entre los arcaicos secretos de las viejas sartenes, y la loza dedica un mohín desgastado al inoxidable menaje de la estantería principal. Arriba, en la repisa más alta, un suspiro de la Porcelana evidencia su romance con el Cristal de Bohemia. Sin poder remediarlo, se atraen, se escurren en el silencio caliente de la tarde, rozan con delicadeza sus bordes mientras las ollas y los cazos, ajenos a todo, juegan una partida de mus.   En el dormitorio, la mujer durmiente continúa dentro
8. No sé por qué tengo estas incontrolables ganas de marcharme a otro lugar, a buscar la nieve, por ejemplo, a ese refugio donde duerme el invierno... no lo entiendo, con lo bien que estoy aquí, rodeada de amigos que son mi bálsamo reparador, disfrutando de la suave brisa y de mi cóctel con sombrilla de papel; hasta me he fumado un cigarro (después de tanto tiempo). Las luces de neón pintan las caras de azul, de rojo, de azul otra vez, y las butacas de bambú llevan sombras que se alargan por detrás de la noche, de esta noche que oigo como de lejos: “Ven, adéntrate en mí, corre, corre...”, me pide, pero yo no quiero escucharla, aquí me quedo, tan a gusto, escuchando chistes y recuerdos que a veces son rojos y otras veces son azules, según el neón intermitente; doy un trago a mi cóctel añejo con sabor a lima, me acomodo en el asiento de cojines persas y estiro las piernas bajo la mesa para mirar el tránsito del cielo ondulante; qué maravilla de sitio, quisiera atrapar la música rel
7. Hoy desayuno con mis sobrinos de seis años. Niño y niña. Él holgazanea despistado porque no sabe (o no quiere) untarse la tostada; el azucarero es un dinosaurio... apoya la barbilla en la mesa para mirar la claridad que entra por la ventana a través del tarro de mermelada. Cuca los ojos intermitentemente. Ella se bebe la leche con chocolate y me enseña pizpireta su pulsera de plastilina. Luego, poseída por el espíritu de la ocurrencia, comenta: –Cuando tenga ochenta años viviremos juntas en un palacio de hielo... Aún no controla muy bien la edad ni el paso del tiempo, pero ya ha aprendido a manejar con soltura sus poderes mágicos. Compra quesos en la luna y habla chino inventado. Será cantante-bailarina, aunque en estos momentos ejerce como pintora ocasional. Después me dibujará una casa con chimenea, y una flor. Tiene una sonrisa que colorea el dolor, y lo calma. Él sabe muy bien cómo lograr lo que quiere. Nos escucha con la servilleta sobre la cabeza, a modo

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