10.

La hija adolescente de una prima segunda por parte de madre ha venido a visitarme. Dice que quiere conocer la ciudad, pero en realidad solo pasea descalza por mi casa y abre constantemente la nevera. Se estira en el sofá y mira el móvil. Yo me siento al borde de un sillón y, como no sé qué decir, trago saliva todo el rato. Parece que la que está de visita soy yo. Nunca he sabido comunicarme con los adolescentes, ni siquiera cuando yo lo fui; gótica y dulce, no había manera de conjugar aquello... un licor de absenta con extra de vainilla. Los vinilos techno y las narraciones de Poe guardadas en un cofre rosa, almohadillado por dentro como un ataúd. Bastante tenía conmigo misma como para tener que entender a los demás. Yo, que hubiera flotado en el agua helada de un lúgubre río vestida con níveas telas y rodeada de flores, recreando a Ofelia, o tal vez subida en una barca a la deriva, como la Dama de Shalott.

–Esta tarde podríamos ir a Gran Vía.
–Vale.

Y ya está. Fin de la conversación. Ella envía emoticonos a través del teléfono y yo trago más saliva. Para relajarme un poco, cojo una revista de naturaleza y leo las increíbles y asombrosas peculiaridades de las hormigas de Memphis. Al parecer son grandes, y rojas, y magas. Tienen una cueva de rubíes dentro de sus alas. Juegan al críquet y jamás lloran. Sus casas son galerías que acceden a otros universos... y puedes ver el núcleo de la tierra si las miras directamente a los ojos. Ellas saben resolver todos los problemas del mundo.
Bien podrían decirme lo que tengo que preparar para comer.

–¿Quieres que haga arroz con pollo? 
–No puedo comer pollo, es que soy vegana...

Es vegana. Y a mí ya no me queda más saliva. En un momento de agobio, invento una excusa urgente y salgo de allí como si no quedara más aire por respirar y hubiera que azuzar al viento para conseguir rellenar los pulmones.
Bajo a la calle. La recorro de un lado a otro, apenas hay sombra pero no importa, está llena de aire, de luz y de ruido... creo que me he cruzado varias veces con las mismas personas. A lo mejor ellos también tienen una adolescente que apenas conocen dentro de sus casas y van dando tumbos por ahí hasta que no les queda más remedio que regresar. Mientras paseo, el horizonte es un espejismo que se deshace. Líquido. A veces gaseoso. Dejo que arda todo el agosto en esa ilusión óptica, ahogo mi incomodidad en su charco inalcanzable. 
Antes de volver a casa, compro verduras y leche de soja. He de cocinar alguna coliflor para mi invitada. 

Ella, la adolescente, se encuentra atrincherada en el salón, cantando una canción de Justin Bieber.

¡Horror!

Aún faltan cinco días para que se marche. Hasta entonces, haré señales de humo, por si alguien pudiera venir a ayudarme. Las hormigas magas sabrían qué hacer... pero Memphis me pilla demasiado lejos.


(Notas de verano)


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