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Mostrando entradas de octubre, 2014
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   MUJER CON SOMBRERO   Está naciendo un nuevo relato. Me ocurre inmediatamente después de sufrir un fracaso amoroso. Y ya llevo unos cuantos. Ayer me dejó mi quinto novio porque dice que no puede soportar mis manías. No tuvo compasión con mi pobre corazón, se rompe demasiado y al recomponerlo ya no queda igual, creo que va cogiendo forma de pelota de béisbol abollada. Lo bueno es que al fracturárseme el corazón crecen historias en algún rincón de mi cabeza. Esta aún es pequeña, pero la noto brotar. Me visto de color verde –porque los martes toca ese color, lo tengo anotado en un calendario que guardo en el armario–, y voy a buscar a mi perra “Cosmo” que una vez más se ha escapado de casa. Esta vez intentaré descubrir lo que se trae entre manos durante el día para volver por la noche llamando a la puerta con su patita y poniendo ojos lastimeros. Salgo de casa y cierro con dos vueltas de llave. Coloco bien el felpudo, recto y centrado a la puerta, no puedo verlo torcido
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LOS CUATRO ELEMENTOS     Marcos descubrió a la Soledad trepando por las cortinas del salón de su casa como si de una enredadera loca se tratara. Fue entonces cuando sintió la casa más grande que nunca. Los vacíos seguían siendo los mismos, pero las dimensiones habían aumentado. Era tan palpable la ausencia del padre y de la madre que los espacios antes ocupados se fueron convirtiendo en desiertos disfrazados de plantas de jardín. Un día, Marcos durmió doce horas seguidas, hizo una pequeña maleta y salió de la casa con la intención de no regresar. Al cerrar la puerta de la calle, escuchó el leve murmullo de los cuadros y las sillas. “Pobres –pensó–, pronto se cubrirán de una distante maleza gris”, y con su maleta en la mano, caminó y caminó hasta escaparse de la ciudad.
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EN LA PLAZA DE SANTA ANA     Leche merengada con pedacitos de sol de enero. Palabras azules por el aire de los labios y un adiós dulce, como un dolor de azúcar. Al recordarlo ahora hasta me parece pintoresco. Aún creía que Marcelo era el amor de mi vida cuando me llamó para quedar después de comer en la plaza de Santa Ana. Su voz me habló en un tono distinto, hacía días que notaba frialdad en su comportamiento. Sabía que algo no iba bien. Era el último domingo de enero, un día soleado y vestido de miel que había permitido llenar las terrazas, toda la gente se comportaba como auténticos girasoles, buscando el sol y mirando hacia el mismo lugar. La estatua de Calderón de la Barca presidía la gran fachada del antiguo hotel Reina Victoria y me detuve a observar su mármol blanco cubierto de años, quería perder tiempo intentando frenar lo inevitable, pero la mirada serena del escritor me hizo aceptar mi destino. Me encaminé hacia la terraza de la cafetería donde estab

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