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Mostrando entradas de julio, 2017
6. Un cuento. Un florero sin flores lleno de besos que suenan a lluvia al chocar entre ellos, cerca de un muchacho que escribe poemas durante horas y horas, en la habitación de un castillo con vistas a la estrella polar. El corazón del verano se adhiere a la lámpara. Caen del techo llamas de melancolía como briznas de luz impregnando las sábanas blancas. La ventana encuadra un paisaje que no tiene más color que el fuego de algún dragón planeando por el perfil escarpado de una montaña. Una joven apuesta escala los muros hasta alcanzar el dormitorio donde el muchacho suspira. Las nubes esquivan el filo de la luna. La joven entra por la ventana y el corazón del muchacho se eleva a la lámpara. Caen del techo pedazos de música que suenan a lluvia al chocar entre ellos; la unión de sus labios impregna de besos un florero sin flores lleno de cuentos que saben a luna. Una madrastra con perfil escarpado acecha tras la puerta. Tiene una belleza perenne y sabe hablar
5. Elijo la falda porque es roja y suave, de licra brillante. Tengo que probármela. Los probadores de los grandes almacenes son extensiones inmensas de terreno urbanizable. Entras en ellos y sin darte cuenta apareces en otra dimensión. Se están convirtiendo en pequeñas ciudades que albergan calles delineadas y plazoletas; hay puertas principales con buzones, callejones sin salida y soportales dóricos. No tardarán en instalar una sucursal bancaria que ofrezca préstamos a bajo interés para que nunca se nos agote el saldo y podamos seguir comprando. Farolas de luz natural iluminan la ruta de un autobús que se pierde en un espacio aún inexistente. Seguro que allí plantarán zonas verdes por las que podremos pasear con la ropa nueva y comprobar cómo nos queda antes de usarla en el mundo real. Muy pronto, la gente empezará a confundir un mundo con otro; para quien ya no quiera salir nunca más de aquí, se construirá un hotel con buffet libre y unos cuantos colegios. Todos los niños apr
4. Reconstruirme.  Cambiar dulzura por cartera de serpiente verde en un puesto del Rastro. Encontrar una foto de Montgomery Clift que sirva para tapar la mancha de humedad del ventrículo izquierdo, la que tiene el yeso perforado porque habría que pintar pero con este calor sofocante... y tomarme un zumo en una cafetería de baldosas de ajedrez bajo la mirada de una señora de cejas blancas que me recuerde insistente el estropicio de sentimientos que desfilan desordenados por mi cara. Y beberme la piña con sabor a paramecios y a falsos cuadros de Chagall... y buscar margaritas –en un campo verde y claro inexistente en la ciudad– y hacerme un moño con ellas para adornar esta soledad asfixiante porque habría que poner aire acondicionado pero, uffff, qué atardecer tan violáceo al fondo de la calle, allí donde no puedo llegar porque se me ha roto una tira de la sandalia derecha y tengo el aspecto de muchacha triste que necesita una reforma integral. Con acabado de estuco, ya puestos.
3. Un pez suplica agua. Le falta una extremidad. Es ciego pero percibe las sombras. La noche resbala en los adoquines con sus zapatos de tacón. Le sobra una extremidad. Hay una reunión clandestina de caracolas nocturnas en la periferia de las farolas. Los altos balcones derriten su calor invertebrado en las macetas de violetas grises. Utopía necesidad del frescor de los estanques que duerme ebrio de ron en algún columpio oxidado.  Y luego estoy yo, paseando limbos y tapiando recuerdos con todos los huesos de mi memoria. (Notas de verano)
2. Bajo la sombra de los árboles frondosos del viejo parque, una mujer se refugia del calor que arde en las calles –ha visto bicicletas derretidas y estatuas carbonizadas manteniendo la compostura en su intrépida travesía–. Pero ahora está a salvo, sentada en un banco, percibiendo caricias olorosas de madera verde. Intuye una demanda de palabras en ese lugar, algo que debe escribirse... como si pululara por el aire un poema que alguien dejó sin terminar. Respira lo subjetivo entre las hojas, y siente las ganas de buscar aliteraciones y estrofas. Sonetos blancos. Fuentes pareadas. Sentado frente a ella, un hombre lee las páginas sin textura de un libro electrónico, entre los humos de vapor de un cigarrillo que absorbe con movimientos mecánicos... le rodea un halo metálico que se solidifica con el hierro del banco; en algún rincón de su espalda debe encontrarse el habitáculo para las pilas. Todo en él parece postizo, hasta el acicalado tupé que le despeja la frente. Ha detectad
1. Tengo catorce años y no puedo respirar. El sonido del metal arañando el asfalto huele a relámpago, es una montaña que se derrumba, y yo voy dentro de ella. Una violenta sacudida remueve el interior del vehículo. Soy una marioneta en manos del destino con toda la sangre acumulada en la nariz. Después de un tiempo indefinido, alguien me saca de entre los hierros y me tumba en una cuneta. Orillada en una penumbra de hierba fresca, no puedo respirar. Amanece. Llega chillando una ambulancia fosforescente. Mancho de sangre las inmaculadas sábanas de la camilla... me limpian la cara. Oxígeno, por favor. Ya en el hospital, tengo que esperar en un largo pasillo gris. ¿Dónde estarán los demás?  Oigo voces que me describen. “Cara de niña con cuerpo de mujer”. Risas. Unas manos que exploran donde no deben. “No, ahí no me duele, es aquí... no puedo respirar”. Pero yo no soy quién para decirle al doctor cómo tiene que hacer su trabajo. Cerraré los ojos. Quizá me desmaye.

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