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Mostrando entradas de 2014
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EL RELOJ DEL CARACOL           Se miraron de forma tal que ambos tuvieron claro que nada más podrían decirse, su relación había terminado. ¿Quién podría haberlo dicho unas horas antes, cuando aún paseaban su amor por el jardín del hotel donde iba a celebrarse el gran evento de arte que consagraba a los jóvenes con más talento del país en el ámbito del expresionismo abstracto o indefinido? Sandro y Betty habían llegado al hotel tres horas antes de que empezara el acto. Presentaban a concurso su conjunta obra titulada “Canadá o la Utopía”, una alegoría a la más que variada geografía y relieve de ese país, aunque aparentemente sólo era una escultura de metal, arcilla y cristal donde las formas y los huecos en nada hacían recordar a Canadá ni a ningún sueño inalcanzable. Betty siempre necesitaba tener un proyecto en su cabeza. Antes de conocer a Sandro quiso ser reportera de viajes, o cooperante en África, o titiritera de trenzas largas y pantalón de peto. No pod
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   MUJER CON SOMBRERO   Está naciendo un nuevo relato. Me ocurre inmediatamente después de sufrir un fracaso amoroso. Y ya llevo unos cuantos. Ayer me dejó mi quinto novio porque dice que no puede soportar mis manías. No tuvo compasión con mi pobre corazón, se rompe demasiado y al recomponerlo ya no queda igual, creo que va cogiendo forma de pelota de béisbol abollada. Lo bueno es que al fracturárseme el corazón crecen historias en algún rincón de mi cabeza. Esta aún es pequeña, pero la noto brotar. Me visto de color verde –porque los martes toca ese color, lo tengo anotado en un calendario que guardo en el armario–, y voy a buscar a mi perra “Cosmo” que una vez más se ha escapado de casa. Esta vez intentaré descubrir lo que se trae entre manos durante el día para volver por la noche llamando a la puerta con su patita y poniendo ojos lastimeros. Salgo de casa y cierro con dos vueltas de llave. Coloco bien el felpudo, recto y centrado a la puerta, no puedo verlo torcido
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LOS CUATRO ELEMENTOS     Marcos descubrió a la Soledad trepando por las cortinas del salón de su casa como si de una enredadera loca se tratara. Fue entonces cuando sintió la casa más grande que nunca. Los vacíos seguían siendo los mismos, pero las dimensiones habían aumentado. Era tan palpable la ausencia del padre y de la madre que los espacios antes ocupados se fueron convirtiendo en desiertos disfrazados de plantas de jardín. Un día, Marcos durmió doce horas seguidas, hizo una pequeña maleta y salió de la casa con la intención de no regresar. Al cerrar la puerta de la calle, escuchó el leve murmullo de los cuadros y las sillas. “Pobres –pensó–, pronto se cubrirán de una distante maleza gris”, y con su maleta en la mano, caminó y caminó hasta escaparse de la ciudad.
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EN LA PLAZA DE SANTA ANA     Leche merengada con pedacitos de sol de enero. Palabras azules por el aire de los labios y un adiós dulce, como un dolor de azúcar. Al recordarlo ahora hasta me parece pintoresco. Aún creía que Marcelo era el amor de mi vida cuando me llamó para quedar después de comer en la plaza de Santa Ana. Su voz me habló en un tono distinto, hacía días que notaba frialdad en su comportamiento. Sabía que algo no iba bien. Era el último domingo de enero, un día soleado y vestido de miel que había permitido llenar las terrazas, toda la gente se comportaba como auténticos girasoles, buscando el sol y mirando hacia el mismo lugar. La estatua de Calderón de la Barca presidía la gran fachada del antiguo hotel Reina Victoria y me detuve a observar su mármol blanco cubierto de años, quería perder tiempo intentando frenar lo inevitable, pero la mirada serena del escritor me hizo aceptar mi destino. Me encaminé hacia la terraza de la cafetería donde estab
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TRÉBOLES (Pintura de Diego Salado)                                  La nieve cae silenciosamente formando dibujos geométricos en el aire. Despacio, va transformando la ciudad en una gigantesca sábana blanca que cubre lo ordinario y lo invisible, los edificios muertos y la naturaleza viva. Los coches atraviesan un frío que cristaliza la luz, y dejan surcos en la carretera blanca. Yo tengo que apañármelas como puedo para caminar por las aceras de hielo transportando el carro de correos sin que la mercancía sufra daños, pero no lo consigo, casi todas las cartas están humedecidas, onduladas y con los picos doblados. Este frío que atenaza, que entumece los huesos, habita en mí desde que tú te fuiste. Mi cuerpo es invernal todos los días y permanece cubierto de escarcha. Este maldito frío desolador me va sustituyendo el corazón, arremete contra mi existencia, consume mi alegría. Pero aún sobrevivo recordando tu sonrisa. Y arropo mi soledad con tu voz de ángel... “¡Mira
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JONÁS  Y  MARINA             La noche anterior al naufragio se celebraba en un pequeño pueblo de la costa gallega la verbena del fin del verano. Los pescadores intentaban distraerse buscando fiesta antes de salir a faenar y retrasaban al máximo las despedidas. Bajo las cintas de colores se llevaba a cabo el baile de música popular y en la explanada de la feria se extendían los puestos de abalorios y de almendras garrapiñadas. Jonás y sus compañeros se divertían antes de partir mar adentro y aprovechaban sus últimas horas en tierra firme bebiendo cerveza y espantando las penas. Pero aquella noche había en el ambiente una alegría sin gracia y con cara de payaso triste. Jonás era un pescador de treinta años, muy alto, rubio y de manos finas. Siempre quiso viajar al interior del país para poder estudiar, pero la necesidad mandaba y un día su padre le dio a elegir; “Jonás, tienes dos opciones, el mar o la mar”, y así se zanjó el asunto. Escogió la mar porque sonaba más
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ESPERANDO EL TREN   Cuento maletas rojas sentada en un incómodo banco de metal de la estación. Están por todas partes, debe ser el color de moda este año o tal vez es que hay demasiadas personas emocionalmente afectadas. Lo digo porque una vez alguien me contó que las maletas rojas transportan sentimientos. Van clasificados por orden alfabético y se pasean ocultos por la terminal mientras sus dueños compran la prensa o se toman un café. Esta mañana avisé demasiado pronto al taxi pensando que llegaba tarde y en mi despiste no cogí ningún libro para leer, ni regué las plantas, y hasta olvidé mis ganas de viajar en algún rincón de la casa. Así que aquí estoy, esperando el tren porque me equivoqué de hora mientras veo gente entrar y salir de la concurrida estación.
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TÍMIDA INGENUIDAD      Soy tímido, enfermizamente tímido. Lo peor es que no tengo remedio y así me va en la vida. Ya me lo decía mi madre poniendo los brazos en jarras: “chico, o espabilas o te vas a llevar más de un desengaño”, pero yo no podía dejar de ser un niño medroso al que le daba vergüenza hablar. Mi infancia transcurría feliz mientras pasaba desapercibido, pero cuando llegaban los momentos incómodos como tener que leer en público o participar en las funciones de teatro del colegio, la cosa cambiaba. Recuerdo un fin de curso en el que me disfrazaron de flor, con unos pétalos rosas alrededor de la cabeza, y tuve que salir al escenario. ¡No he hecho más el ridículo en mi vida! Pero los días que teníamos en casa la visita de mi tío Anselmo eran especialmente duros. Llegaba hablando en voz muy alta, como si tuviera el botón del volumen al máximo y después de comer me miraba fijamente y casi gritaba a mi madre: –Flora, ¡hay que ver qué poca sangre tiene t
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EL ÚLTIMO BAILE    Lady Margot se sienta frente al espejo dorado del dormitorio. Se mira un instante y aparta la mirada. ¿Quién es ahora? El vago recuerdo de la mujer bella y exitosa que un día fue le impide contestar. Coge la barra de labios y se mira de nuevo. El espejo le devuelve un cuerpo reducido a los huesos, un rostro estriado y amarillento que ha hecho desaparecer la suavidad de sus facciones, la tersa piel de mármol que poseía en su juventud. Adopta ahora una expresión altiva y muy digna ante su reflejo, y durante un segundo aparece la gran diva que actuó en los mejores teatros del mundo, pero se desvanece al instante cayendo inexorablemente por el abismo de sus hundidos ojos. Se perfila los labios y el carmín va derramándose entre los surcos de sus arrugas. El rojo encendido la convierte en un títere momificado, en una cereza reducida a pasa. ¡Qué cruel es el paso del tiempo!
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    EL HECHIZO DEL ELEFANTE   ¿Rascacielos o elefantes? Mi jefe puso sobre la mesa el plan de la revista. Casi todos los reportajes estaban repartidos y a nosotras nos tocaba volar a Nueva York o a la India. Naturalmente yo tenía claro que no iba a volver a ningún país exótico de naturaleza salvaje para que los bichos me acribillasen con sus aguijones y los virus me mantuviesen en el baño toda la semana, así que cuando mi compañera Teresa me miró con ojitos soñadores y seguidamente eligió la carpeta de los elefantes, yo la fulminé con la mirada y empecé a pensar en las vacunas que tendrían que pincharme... Lo que son las cosas. Ya en el avión empecé a notar mi instinto explorador, las ganas de conocer culturas nuevas, los increíbles paisajes envueltos de misterio, el mundo de contrastes, las tradiciones, los matices de la luz...

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