EL MILAGRO DE LA MUJER MUERTA




Me has matado. Pero aún no me he muerto.
Y eso que tus palabras llevaban la carga justa de veneno...

Esta mañana he bajado a la calle apenas sin aliento. Luego, al llegar a la panadería, he pedido una barra de pan, así, como cualquier cosa. Nadie se ha percatado de nada. Todos me dan los buenos días y me sonríen. Empiezo a pensar que no me ven a mí, sino a la que fui antes de que me mataras. Parece que tengo buen aspecto y que puedo caminar...

¿Cómo puede ser?  ¡¡Si me estoy muriendo!!

Apenas tengo fuerzas para seguir y, sin embargo, cojo un autobús y me siento al fondo. Creo que voy al cine, a la sesión de las doce del mediodía. Nunca he ido a esa sesión.
Sí. Confirmado. Voy al cine porque ya he comprado la entrada en la taquilla y me he sentado en la sala. Fila seis.
Pero no quiero ver esta película. Es la nuestra.
Ahora el veneno empieza a hacer efecto en los recuerdos y siento el pálpito de la que fue mi vida. Tengo que salir de aquí, sin embargo... no soy capaz de controlar todas mis decisiones.... es posible que no pueda impedir que ocurran ciertas cosas al estar prácticamente muerta. Las imágenes se proyectan en la pantalla solo para mí.

Tú estás guapísimo. Como siempre. El día que nos conocimos en la barra del bar. Cierro los ojos pero sigo viéndote; hace tiempo, cuando me querías, todo eran rosas, claro...
Miro las secuencias de nuestra relación y descubro a dos personas que se aman. Que deciden compartir sus vidas. Ríen, lloran, hacen el amor...
El ascenso en el trabajo, la muerte de tu hermano, el inolvidable viaje a Japón. Tus primeras dudas, la falta de entusiasmo. Nuestra vida pasa por la pantalla y yo la miro con los ojos cerrados.
Plano final. Se acerca el momento en el que me matas y eso sí que no puedo verlo.
Por fin me levanto. Salgo del cine sin ver el final de la película.

La dosis de veneno te quedó corta. Debiste haberme rematado.

Sigo caminando por la calle tambaleándome aunque exteriormente no acuso la herida.
Llego a una cafetería y me pido un té. El sol entra por la ventana y me da de lleno en la cara. Frunzo el ceño y me bebo la infusión segura de que voy a quemarme la lengua porque no la he soplado un poco antes. ¡Como si me sobrara el aliento! No lo puedo derrochar así como así. Levanto mi vista hacia un televisor que retumba colgado en la pared. La presentadora del telediario da las noticias internacionales y tras una pequeña interferencia, vuelve de nuevo para pronunciar tu nombre y el mío. Luego habla de un asesinato y aparezco yo muerta en el suelo. Te están buscando por la ciudad...
Observo a la gente y compruebo que nadie me ha visto. Me voy de nuevo a la calle. Deambulo con cierta pericia por las aceras irregulares, por las empinadas escaleras que desembocan en otras calles llenas de comercios.

Me siento en un banco y dejo pasar el día. Estoy tan sola que parece que no estoy.

Se acerca la noche y la luz eléctrica lo ilumina todo. En la ciudad no existen las noches negras, las desterraron a los límites más alejados de la periferia, afuera. Laten oscuras allí.

Regreso a casa por ese sendero de luz artificial que acapara todo el espacio inundado de ruidos. Los escucho con mi escasa existencia. Aún soy.
Cojo el ascensor y luego el pasillo. Creo que voy a abrir la puerta porque tengo la llave en la mano. Sí. Confirmado. Entro en casa y oigo voces. Me asomo al salón y allí estamos.
Tú y yo.

Es la noche del crimen. Me hablas con palabras hirientes y apenas te reconozco. Tienes en la mirada el brillo neurótico de un loco. Yo tengo una noticia que darte pero no me dejas hablar. Estás desatado y muerdes. Salpicas arsénico y yo lo inhalo.
Alguien te ha contado algo que no es verdad. Y le has creído. Cada insulto que utilizas contra mí sale envenenado de tu boca. Nada es cierto, pero tú ya me has sentenciado intoxicando el aire de desconfianza y desdén.

¡¡Escúchame!!

No, ya no me oyes. ¿Dónde guardabas todo ese odio? Ignoro el momento en que dejaste de ser tú. Mírame. Tengo algo que decirte... es importante...
“¡Maldita seas!”, me gritas, y luego me empujas. Caigo al suelo cubierto de palabras contaminadas.

Te marchas. No me socorres, ni me rematas. Y yo me quedo con la duda de saber si estoy muerta o no. Me ha faltado decirte algo. Es de los dos... al fin lo que tanto habíamos deseado... intento hablar, contártelo. Pero tú ya te has ido.

Crees haberme matado. Sin embargo...


Comentarios

  1. Excelente relato. Original manera de describir una muerte emocional!!!

    ResponderEliminar

Publicar un comentario


Licencia de Creative Commons
Todos los relatos publicados en el blog "Un pez en el Vaho" se encuentran bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.