SUAVEMENTE LA MIRA
Ella habla con una voz musical de palabras ocultas tras los dientes, tiene una
sonrisa roja y un pequeño hueco se le forma al despegar lentamente los labios,
y él desea morder las palabras que son como de terciopelo o de miel emanando por
el orificio oscuro de su boca, rozar los labios y luego lanzarse al vacío para
explorar con la lengua el húmedo principio de los besos, y ella, destilando
azul, habla tratando de construir un pensamiento coherente aunque en realidad
lo único que le importa es retener para siempre la mirada que él le ofrece,
quedarse a vivir en ella, morir en ella, porque de repente el espacio ha
desaparecido, y le gustaría saber el momento exacto en el que comenzó a volar,
ahora que las palabras se adhieren a sus labios como si una luz verde las
suspendiera allí, porque él mira verde, sus ojos parecen dos hojas inyectadas
de luz que han decidido atravesar tejidos y mezclar los sentidos para medir el
peso del deseo, para calcular la distancia que los separa, tan solo un leve
movimiento que acarician los dedos, se apresura la vista a cerrar el silencio y
emprende su lenguaje oculto, la delicia de los labios al unirse ha disipado
cualquier palabra; abrazados, perciben a las musas blancas sobre sus cabezas
entonando una especie de sugerente son, ahora las manos rigen una sensualidad
esculpida en curvas y tactos, torpemente se van despojando de la ropa, estorbo
que les impide llegar hasta la piel, y cede al fin una cremallera atascada
mientras se ríen y se muerden los labios y a ella se le escurre un beso en el
cuello que le eriza la piel porque él respira en el rastro mojado que va
dejando, cae, baja su aliento y calienta la redondez desnuda que sabe a limón y
a cereza, danza el paladar por el volumen exacto, escala, rodea la cima,
desciende y lame un gusto terso cerca del ombligo; como si fueran buscándose,
los ojos vuelven a encontrarse traspasando nieblas espesas bosques oscuros cien
o mil brillos liberados que susurran brisas porque tienen alas de aire, dulce
roce rosa despacio deprisa grande pequeño, si acaso, sin forma conocida, los
parpados se cierran para abrirse en una colina o bajo un árbol o sobre el sol y
los besos cálidos se guardan en un cofre intemporal, un cúmulo de riquezas
intangibles inunda el alma; se asoma el agua curiosa, desde la garganta escala
emociones y culmina en las pupilas, ella la aparta con los dedos, no, ahora no,
ahora toca perderse en él, abandonarlo todo, sentir el fuerte abrazo que la
rodea, ese que los une fuera del tiempo amorfo que no sabe contar, y él la
aprieta suave contra su cuerpo porque ha descubierto que es frágil y poderosa
al mismo tiempo, tan etérea que teme que la robe el viento, tan sensual que
arde su perfil ondulante, y solo conocen una verdad que aviva las ganas de
compartir sus cuerpos, de convertirlos en un acompasado latir, un solo cuerpo
con dos esencias que vibre o tiemble o levite o se derrita hambriento de
eternidad; tumbados en el aire verde-azul, ella sobre él, remueven su amor y lo
mecen al ritmo que marca el rincón sensible de sus vientres, donde habita el
deseo que les impulsa a romper la envoltura del placer que estalla...
A
ella le brillan los ojos. Él, suavemente la mira.
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