ACARICIO PERROS / CONSUELO ITURRASPE
En Acaricio perros (Ediciones Liliputienses, 2021 - Colección Proscrita), las caricias son instantes mudos, cosas que no ocurren, pero que se perciben como el eco que una sombra deja antes de marcharse. Siempre hay algo que rasga la herida, pero es tan sutil que punza lo justo y después se disipa bajo la intrascendencia de lo cotidiano. Consuelo Iturraspe, dramaturga, directora y poeta (1987, Santa Fe, Argentina), es la autora de este poemario sereno de despedida, concebido tras la muerte de su padre. En él ha querido retratar el dolor para poder soltarlo, utilizando un lenguaje intuitivo, una mirada que sugiere mientras las palabras son solo desvíos y síntesis que atraviesan el verso libre de los treinta y nueve poemas.
“Hospital
¿Cuánto
tiempo hay que pisar un suelo / para que se convierta en un hogar?”
En la primera parte del libro, Un cuerpo a veces en el aire, Iturraspe evoca imágenes dirigiéndose directamente al padre: “Me trepo a vos / como a un árbol lleno de flores”, describe recuerdos para estar cerca desde la nostalgia: “Tu boca idéntica a la mía diciendo hasta pronto / el borde de tu última sombra / la servilleta de ese bar que te gustaba / donde escribimos nuestros nombres”. La muerte planea, se hace densa, pero el tiempo no se detiene. Imagina al hermano de nombre griego golpeando en soledad el volante del coche; es el duelo individual, las diferentes formas de soltar la rabia por la pérdida de un ser querido, aquello que no se comparte pero que une como un vínculo indivisible.
La segunda parte, Alrededor todo es bruto, es ya la consecuencia de un abandono. La autora advierte: “Todo lo que me gusta / es pequeño / está muerto / o tiene un libro en la mano”, y despliega versos con la sencillez que dan las pequeñas cosas si las miras de manera extraordinaria, con desgana brillante, como encontrando “belleza en un trauma”. Un trazo, una línea, una diagonal divide un mundo de otro, aísla una ternura, separa el balcón de un agujero. Y ahí se queda, en esa hipótesis de lo que pueda ocurrir al otro lado. Consuelo Iturraspe, con mínimas palabras, transmite una historia en cada poema, la cuelga en el vacío y deja que el lector concluya. Si los detalles indirectos se convierten en huellas, ya no hay pérdida, la esencia del poema se hace tangible.
Hay durante la lectura del libro una sensación de soledad que a veces se suple con la amistad (Emilia, Fernanda, Mariana): “En la sensorialidad encontramos / la pieza que falta”, “Es el primer silencio / de nuestra amistad / que se roba una luna”. También ironiza con el miedo de su madre a los aviones, convencida de que el motor dejará de funcionar y caerá al mar. La autora utiliza este tema en varios poemas como metáfora: “Separarme de vos / se parece un poco / a la muerte imaginaria de mi madre: / un avión se estrella en el agua / partes que se hunden / una mujer que se ahoga / una caída”. Y en otro momento recuerda al padre mientras pregunta: “¿Quién dice hoy / tranquila los aviones no se caen?”.
Para Consuelo Iturraspe, el ánimo se advierte en la geometría: “No me había dado cuenta / de que estaba tan triste / hasta que reparé en la ventana: / la luz entra / con forma de triángulo”. Hay una aliteración en triste y triángulo, una figura retórica que acaricia perros con la ternura rota, y viste de verde, como los ojos de su abuela, como el diccionario Larousse de su infancia, como el fin del poemario, en el entierro del padre: “Cuando ponían el cajón de madera / en un hueco de piedra / pensé que a esos ojos / les debo todas las palabras”.
Ana Sánchez Huéscar
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